LA TRÁGICA HISTORIA DE LA ESTRELLA - BELÉN
Verdaderamente es trágica la historia de la estrella de plata de la Gruta de la
Natividad. Siempre ha habido una allí, pero la que hoy está no es la primera.
La que hoy besa el peregrino, lleva grabada la fecha de 1717; pero no es este el
año en que fue modelada. Su historia, que parece un cuento de hadas es la
siguiente:
En letras capitales, grabadas en relieve, la estrella tiene esta inscripción
circular latina: HIC DE VIRGINE MARIA JESUS CHRISTUS NATUS EST. 1717:
"Aquí nació Jesucristo de la Virgen María". Este texto latino,
que declara en voz alta quién era el propietario de aquel lugar sagrado,
molestaba a los griegos ortodoxos, copropietarios con los franciscanos de la Basílica
de la Natividad.
La estrella que entonces se veía en el lugar donde nació Jesús, había sido
colocada el año 1717, fabricada con los reales de a ocho que a raudales
mandaba España. Ya en 1842 habían intentado arrancarla los monjes griegos; por
lo cual los franciscanos, en la noche del 22 de diciembre de aquel mismo año,
la fijaron fuertemente con clavos en el pavimento, como asegura el historiador
griego Papadópulos. Nueva tentativa, aunque también inútil, el 24 de abril de
1845, hasta que, por fin, la estrella desapareció definitivamente el 12 de
octubre de 1847, yendo a parar, según parece, al monasterio griego de S. Sabas.
No habiendo conseguido la restitución de la estrella, el sultán turco Abde-el-Megid,
después de un movidísimo proceso que duró cinco años, decretó que se
hiciera otra igual a la robada. Se hallaba entonces en Constantinopla,
ejerciendo el importante cargo de Comisario de Tierra Santa ante la Puerta
Otomana, el franciscano español P. José Llauradó, el cual se encargó de
hacer reproducir la estrella "según el modelo exacto de la robada",
como refiere él mismo en una interesante carta, dando la comisión al señor
Jacomo Anderlich. El peso de la plata fue de 496 dracmas, y costó 3.300
piastras turcas, es decir, unos 2.700 reales, que el dicho P. Comisario pagó al
señor Anderlich, y consta del recibo de éste. El sultán Abd-el-Megid, sigue
refiriendo el P. Llauradó, pretende que la da él "como un solemne
recuerdo de nuestra parte imperial a la nación cristiana", es decir,
comenta Llauradó, "que el sultán se la apropia y hace don de ella a la
cristiandad entera".
Pero la historia prueba con documentos auténticos, testigos incorruptibles, que
la estrella de Belén, la misma que hoy vemos y veneramos, como símbolo de un
hecho divinamente humano, se debe a la actividad y dinero aportado por un
franciscano español, a quien deben mucho, por esta y otras acciones, los Santos
Lugares.
La larga y trabajosa acción diplomática ante la Sublime Puerta fue llevada a
cabo por el embajador francés en Constantinopla, marqués de Lavalette,
menudeando las propinas del Comisario español a los oficiales turcos. La
estrella fue colocada en el mismo sitio donde se halla hoy por el enviado del
Sultán, Afif-bey, el 23 de diciembre de 1852, hallándose presentes el bajá de
Jerusalén, el cónsul francés Botta y el superior franciscano de Belén. A
este acto solemne no asistieron el patriarca latino, José Valerga, ni griegos,
ni armenios.