LA ISLA SAGRADA: LA DOMUS-ECCLESIA

Tras una cadena ininterrumpida de población, la isla sagrada sufrió importantes transformaciones hacia fines del siglo cuarto. Ante todo, la isla fue materialmente aislada del resto del poblado mediante la construcción de una imponente valla casi cuadrada, con un total de 112,25 m de longitud. El espacio así delimitado  comunicaba con el exterior por dos entradas, respectivamente junto al ángulo suroeste y noroeste del muro de cierre. Otro muro de protección norte-sur arrancaba de la entrada del suroeste.

La construcción del muro de cierre trajo consigo la demolición de alguna casa. Al propio tiempo, la sala n. 1 pasó a ser el centro y el punto focal de la isla sagrada y sufrió grandes cambios. Señalamos la colocación de un nuevo pavimento polícromo en el interior de la estancia (que medía 5,45 m), la división de la sala en dos partes a través de un arco medianero orientado de norte a sur, la restauración de la pared norte (en contraste con las otras dos paredes dejadas tal cual), la construcción de un nuevo tejado de hormigón grueso y compacto, la edificación por el lado oriental de un atrio con pavimento de cal blanca, la añadidura de una pequeña estancia en el ángulo noroeste, y finalmente la aplicación de un nuevo revoque a las paredes interiores y al nuevo arco medianero de la estancia.

Es significativo que las pilastras del arco intermedio sólo hayan recibido, en el transcurso del tiempo, dos capas superpuestas de revoque pintado, en tanto que las viejas paredes de la estancia venerada conservan tres estratos sucesivos. Esta comprobación nos lleva a concluir que las paredes de la sala n. 1 recibieron al menos un enlucido antes del siglo cuarto. Esta conclusión concuerda con el estudio paleográfico de los grafitos más antiguos, que pueden remontarse paleográficamente al siglo tercero.



En el revoque de las paredes se emplearon diferentes colores: rojo, rosa, rojo-ladrillo, amarillo, castaño oscuro, verde, azul y blanco. La decoración geométrica consiste en paneles rectangulares, rombos, círculos, cruces floridas, etc. La decoración floral incluye ramitos, arbolillos, flores, higos y granadas. Se excluían al parecer las representaciones humanas y de animales. Figuran también monogramas, símbolos y, finalmente, inscripciones: 151 en griego, 13 en paleoestrángelo (siriaco oriental), 9 en arameo y 2 en latín. Este precioso material ha sido estudiado y publicado por el franciscano P. Manuel Testa. Si bien el estado fragmentario y precario de conservación de las inscripciones no facilita su interpretación, se pueden, con todo, deducir algunas conclusiones importantes, que no dan lugar a dudas razonables.

El carácter cristiano de la domus-ecclesia está demostrado por la presencia, en muchos grafitos, del nombre y monograma de Jesús (llamado Señor, Cristo, el Altísimo, Dios), por algunas expresiones litúrgicas (Amén, Kyrie eleison), por una larguísima inscripción en paleoestrángelo que parece referirse a la Eucaristía. La pluralidad lingüística permite seriamente soponer que la domus-ecclesia no era usada en exclusiva por la sencilla feligresía local, sino también por los peregrinos. La paleografía permite datar los grafitos desde el inicio del tercer siglo hasta comienzos del quinto. Esta conclusión, unida a los pavimentos de cal batida de finales del siglo primero, nos induce a pensar que la transformación de la estancia n. 1 en domus-ecclesia fue obra de las primeras generaciones cristianas de Cafarnaún.

Si el culto se centraba, por supuesto, en la persona de Jesús, no es sorprendente, sin embargo, encontrar grafitos que llevan también el nombre de Pedro.
La peregrina Egeria describe la domus-ecclesia del siglo cuarto en estos términos: "In Capharnaum autem ex domo apostolorum principis ecclesia facta est, cuius parietes husque hodie ita stant, sicut fuerunt (En Cafarnaún la casa del príncipe de los Apóstoles (San Pedro) fue transformada en iglesia; las paredes de esta casa han permanecido hasta hoy tal cual eran). Este pasaje, atribuido a Egeria y afortunadamente transmitido por Pedro el Diácono (1137), es de una importancia excepcional.