|
Muy cerca del Calvario,
en un huerto, José de Arimatea se había hecho labrar en la peña un
sepulcro nuevo. Y por ser la víspera de la gran Pascua de los judíos,
ponen a Jesús allí. Luego, José, arrimando una gran piedra, cierra la
puerta del sepulcro y se va (Mt XXVII, 60). Sin nada vino Jesús al mundo, y sin nada –ni siquiera el lugar donde reposa– se nos ha ido. La Madre del Señor –mi Madre– y las mujeres que han seguido al Maestro desde Galilea, después de observar todo atentamente, se marchan también. Cae la noche. Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado. Empti enim estis pretio magno! (1 Cor VI, 20), tú y yo hemos sido comprados a gran precio. Hemos de hacer vida nuestra la vida y la muerte de Cristo. Morir por la mortificación y la penitencia, para que Cristo viva en nosotros por el Amor. Y seguir entonces los pasos de Cristo, con afán de corredimir a todas las almas. Dar la vida por los demás. Sólo así se vive la vida de Jesucristo y nos hacemos una misma cosa con Él. V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.Puntos de meditación
|