El Párroco de Miskola.
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A la entrada de cada Iglesia, no en las puertas
interiores, sino en las exteriores, siempre había uno o más carteles donde se
anunciaban, sobre todo, los horarios de las misas, confesiones, retiros
espirituales, atención parroquial, etc.
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En muchas Iglesias, para facilitar a los feligreses la
visita al Santísimo o rezar ante el Sagrario, en horas en que la Iglesia estaba
cerrada, ya que debido a los robos estas,
están cada vez menos tiempo abiertas, estaba el portón exterior abierto,
y el interior cerrado, pero este tenía una gran ventada en ocasiones con reja,
que facilitaba la vista del interior de la Iglesia. Es más, en alguna ocasión,
había un reclinatorio delante de la puerta acristalada.
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Las Iglesias las veía limpias y arregladas, con el
Sagrario en el sitio central y principal del edificio, con la vela siempre
encendida en señal de que allí está real, verdadera y consustancialmente
presente, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo.
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Muchas veces, veíamos a un sacerdote en el confesionario
esperando la llegada de algún penitente, otras, haciendo oración ante el
Sagrario, y, otras, dirigiendo el Santo Rosario, pero situado no de cara sino
de espaldas al pueblo, mirando al Sagrario o a una Imagen de la Virgen.
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La celebración de la Misa era pausada, en oración, y
apenas miraban al pueblo. Estaban en lo que hacían.
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Nosotros, que naturalmente no entendíamos las palabras que
decían, pero las seguíamos a través del misal que llevábamos para esas
ocasiones, veíamos con agrado tantos gestos, posturas, etc. del sacerdote
celebrante, que nos ayudaba a vivir la misa con gran recogimiento y devoción.
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Siempre recordaré las palabras de D. José Antonio Sayés: “Todo
lo prescrito sobre la celebración de la misa tiene su significado, nada se debe
omitir”. Hay cuestiones fundamentales y otras que no lo son, pero tienen su
utilidad, y decía: “El lavabo que el sacerdote hace después de recibir las
ofrendas, estaba motivado porque los fieles además de llevar el pan y el vino
para la celebración, llevaban frutos del campo, animales y otras pertenencias,
que se repartían después entre los más necesitados. Después de recoger esos
productos, se lavaban las manos para continuar la celebración litúrgica. El
pueblo fiel y el propio sacerdote celebrante, puede preguntarse en ese momento
del lavabo, ¿yo qué he traído a esta celebración?
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Acabada la Santa Misa, a muchos sacerdotes hemos visto
que, se sentaban en algún banco, en acción de gracias.
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Al pasar delante del Sagrario, siempre les he visto hacer
una genuflexión pausada, y si eran muy mayores, una inclinación profunda de
cabeza. Y esto cada vez que pasaban por delante del Señor. Yo he oído a alguien
afirmar: ¿cómo voy a creer en la presencia de Jesús en el Sagrario, si al pasar
un cura veo que no hace ni caso? Claro que yo siempre he respondido a esa pregunta
de la siguiente manera: es que mentalmente el sacerdote le saluda al Señor
cuando pasa delante del Él. Pero yo pensaba en ese refrán castellano que dice:
“no sólo hay que ser bueno sino parecerlo”. El ejemplo, como siempre, es
fundamental.
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Otra cosa que vimos: era que los sacerdotes siempre llevaban sotana o traje
talar, y los religiosos siempre con el hábito correspondiente. También recuerdo
haber oído al Padre Sayés: “cuántas confesiones y ayudas espirituales han dado
los sacerdotes correctamente vestidos”. Es que si no, es como si un taxista
fuese por la ciudad sin un letrero que indicase lo qué es el vehículo. O con el
letrero de ocupado cuando está verdaderamente libre. Además, hoy día en que hay tanto secularismo,
es preciso dar más ejemplo que nunca, por lo menos es lo que el fiel de la
calle precisa.
· La gente no llegaba tarde a la misa, cuando el sacerdote revestido salía a celebrar, todo el mundo le recibía de pie.
· La gente cantaba y todo el mundo dialogaba la misa con el sacerdote.
· Se veía siempre mucha gente confesándose, las comuniones eran pausadas, siempre había largas filas para comulgar. Recuerdo en Zacopane, que la gente era tan numerosa que el sacerdote iba dando la comunión avanzando por el pasillo central de la Iglesia.
· Se veía a mucha gente colaborar económicamente, era muy raro que alguien no aportase nada.
· Al terminar la Misa, los fieles despedían al sacerdote de pie, algunos se quedaban en acción de gracias y otros en silencio salían de la Iglesia.
· La gente no hablaba en la Iglesia.
Pido a Dios que nos ayude a rectificar un poco y que nos
parezcamos un poco más a estas gentes cuyo recuerdo jamás olvidaré.