D.
Antonio Ariza
D. Antonio
Ariza es un sacerdote que conocimos en San Sebastián, su padre era de un
pueblecito de las montañas vascas, María le conoció en Sevilla en un curso de
retiro y era su confesor.
María conocía
y practicaba la confesión frecuente, sabedora que no solo es el medio habitual
de perdonar los pecados graves, sino que, al confesar los veniales e incluso
faltas de poca importancia, Diosa través de este sacramento, proporciona además
del perdón, la gracia especial que ayuda a mejorar.
D.
Antonio Ariza, en felicitación que envió al padre de María, en las Navidades de
1996,entre otras cosas escribió:
Lo trascribo a
continuación: “Ernesto: no es preciso que te recuerde donde encontrar ese trozo
de tu corazón –y del nuestro- en estos días. Un ángel de pelo rizado y moreno
hace las delicias del niño Dios. ¡Que siga ayudándonos!”
Transcribo
también algunas palabras que dijo en el funeral que por María, celebró el día 4
de octubre en la Iglesia del Señor San José de Sevilla. Si alguien desea leerlo
completo lo encontrará en “Funeral”.
“Queridos
hermanos, llenos de agradecimiento por la luz que nos proporciona el don de la
Fe, vamos a celebrar la Santa Misa, la renovación incruenta del Santo
Sacrificio del Calvario, por el eterno gozo y descanso de la joven María, a
quien nuestro Padre Dios quiso llamar para tenerla consigo el pasado 2 de
octubre, día de los Ángeles Custodios y aniversario de la Fundación del Opus
Dei.
Muy
queridos todos, y en especial muy queridos Ernesto y Mari Cruz, padres de
María, y hermanos y hermanas de María: querría comenzar esta homilía con una
cita del Beato Josemaría, que sin duda conocía vuestra hija. Pienso que a
través de ella a todos nos habla Dios, pero de un modo especial a vosotros, a
quien tanto esta amando en estos momentos nuestro Padre del cielo. Son palabras
de Amigos de Dios. Piensa -nos dice el Beato Josemaría- que Dios te quiere
contento y que, si tu pones de tu parte lo que puedes, serás feliz, muy feliz,
felicísimo, aunque en ningún momento te falte la Cruz. Pero esa Cruz ya no es
un patíbulo, sino el trono desde el que reina Cristo. Y a su lado, su
Madre, Madre nuestra también. La Virgen Santa te alcanzará la fortaleza que
necesitas para marchar con decisión tras los pasos de su Hijo.
Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré, acabamos de
oír.
Y es que
Jesucristo, con su vida, Pasión, Muerte y Resurrección, es la gran respuesta
que nos ofrece nuestra Santa Madre la Iglesia ante los verdaderos interrogantes
para saciar nuestra hambre de verdad...
Padres,
hermanos, familiares y amigos de María, miremos sinceramente a Cristo, dejemos
que nos hable con sus palabras eternas dentro de nuestro corazón, y no dudemos
que, con María físicamente entre nosotros, nos quería contentos ; Y ahora
después de su llegada a nuestra Patria definitiva, sigue queriéndonos felices
felicísimos, aunque tengamos el corazón roto.
Permitidme
que os recuerde unas palabras que en más de una ocasión alimentaron la oración
de María,
Y os hablo con
conocimiento de causa. Son las palabras del nº 739 de Camino: No tengas miedo a
la muerte. -Acéptala desde ahora, generosamente..., cuando Dios quiera..., como
Dios quiera..., donde Dios quiera. No lo dudes: vendrá en el tiempo, en el
lugar y en el modo que más convenga..., enviada por tu Padre-Dios: ¡Bienvenida
sea nuestra hermana la muerte!
Son
palabras profundamente cristianas, pero es que María era una mujer
profundamente cristiana en el planteamiento de su vida, y es nuestra vida la
que mejor nos habla de nuestra muerte.
Pienso
que es una grata obligación deciros, (...) que
María tenía una conciencia muy viva de su filiación divina, con una convicción
radical respecto a la verdad de esa ternura de Padre que siente Dios por sus
hijos, y que acabamos de recordar en el salmo responsorial .María tenía una
aspiración esencial: decir si a la voluntad de su Padre Dios, a ese proyecto
divino que intuía se haría realidad en plena calle y a través de su profesión y
en su momento de un matrimonio amoroso y abnegado. No en vano, en su hogar,
había aprendido muy bien lo que era una verdadera familia, una familia
cristiana, y deseaba con vehemencia, acumular un patrimonio verdadero, de
virtudes, a la espera e la clarificación de los designios de Dios. Si bien con
la discreción que siempre la caracterizó, y con ese toque de timidez que no le
gustaba y que sospecho era uno de sus encantos, María estaba profundamente
embebida del amor a Jesucristo. Un amor al Señor joven, alegre, consistente,
nada aparatoso, un amor que no perdía de vista jamás ni la frecuencia de
sacramentos, ni la presencia de Señor en el Sagrario, ni tantos detalles de ese
cariño que es la verdadera presencia de Dios. Sin afán de tocar ninguna veta
puramente sensible, os pudo decir que en ocasiones rezaba el Santo Rosario en
sus desplazamientos en moto, moto que conducía de maravilla, quede todo
claro.
María
tenía una pena, que yo calificaba de interesante: se lamentaba de no influir
cristianamente más en la vida de sus amigas y amigos, convencida de que la
amistad no era solo estar con los demás.
Esa“pena”le
llevaba a rezar más por esas amigas y amigos. Y es bueno que los que estéis
aquí presentes toméis buena nota, pues desde el Cielo se puede mucho cuando
los corazones se abren de verdad a Dios.
Es claro
que debemos rezar por María, es una obligación de
gratitud por que solo Dios sabe lo que hizo en esa alma joven y a través de
ella, y de modo especial al pedirle su vida joven y llena de amor a la vida,
como corresponde a un buen cristiano. Pero bien podemos encomendarnos a ella,
que ya sabe cual es el camino del Cielo, en especial todos los que la conocimos
de cerca, (...)”.